Guillermo Fergusson Manrique en la Facultad de Medicina del Rosario. Semblanza de un Quijote
Emilio Quevedo V | Laura María Valbuena L | Universidad del Rosario
Emilio Quevedo V | Laura María Valbuena L | Universidad del Rosario
Guillermo Fergusson Manrique en la Facultad de Medicina del Rosario.
Semblanza de un Quijote[1]
Emilio Quevedo V.[2]
Laura María Valbuena L.[3]
Fergusson llega a este mundo
El día 13 de diciembre de 1928 nació en Bogotá un personaje que marcaría la historia de la profesión médica en Colombia. Sus padres, Guillermo Fergusson Pinzón y Hortencia Manrique, le dieron el nombre de Guillermo Fergusson Manrique, iniciando, así, la vida e historia de uno de los médicos más enigmáticos, íntegros e inteligentes que ha presenciado el país. Fergusson tuvo encuentros con la profesión médica desde niño, pues, por una parte, sus tíos abuelos, Clímaco Manrique Convers y Julio Manrique Convers, fueron médicos y miembros de la Sociedad de Cirugía de Bogotá (SCB) y Julio fue especialmente cercano a él. Por otra parte, su madre, Hortencia, era dama voluntaria del Hospital de San José (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 113). Por lo que, no fue sorpresa que Fergusson decidiera tomar el camino de la medicina cuando le llegó el momento de elegir a qué dedicaría el resto de su vida.
Realizó sus estudios básicos en el Liceo Cervantes, donde, desde joven, demostró ser inquieto, carismático, brillante, con un humor irreverente y sin miedo de criticar en voz alta
las cosas que le parecían injustas o incorrectas. Comenzó sus estudios universitarios de medicina en la Universidad Javeriana, pero luego se pasó a la Universidad Nacional. Allí vivió en la Casa de Turno de los Internos del Hospital San Juan de Dios, durante la mayor parte de sus estudios, incluso sin ser interno (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 113). Después de graduarse en 1954, se especializó en Anatomía Patológica en Nueva York y Washington, bajo el nuevo modelo de educación médica diseñado e implementado por Abraham Flexner, con el apoyo de John D. Rockefeller (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 114).
Fergusson como Administrador y Líder Académico
Volvió a Bogotá en 1959 y, gracias a las influencias de sus tíos abuelos y de su madre en el Hospital de San José, se vinculó a la Javeriana para trabajar como patólogo de dicho hospital, donde organizó el Servicio de Anatomía Patológica. Un año después, en 1960, fue nombrado director del Hospital y se vinculó, como miembro, a la Sociedad de Cirugía de Bogotá, entidad fundadora del Hospital de San José. Ese mismo año se casó con María Mercedes Jaramillo, estudiante de Enfermería en la Escuela de la Cruz Roja, haciendo prácticas en dicho Hospital (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 115).
Durante su periodo como director del Hospital, la Javeriana decidió trasladar sus prácticas del área clínica a su nuevo Hospital de San Ignacio y, por ende, retirar a sus estudiantes, internos y residentes de medicina del Hospital de San José. Este suceso generó una crisis en dicho Hospital porque lo dejó sin el personal sobre el cual recaía la mayor parte de la carga asistencial. En ese contexto de crisis interna, la SCB retomó su antigua idea de crear una facultad de medicina. Fergusson, como director del Hospital, se interesó en la idea y tomó el liderazgo de la creación y organización de la futura facultad (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 112). No era de extrañarse el entusiasmo de Fergusson por el asunto pues, según su sobrino, Alberto Fergusson Bermúdez, él era un creador, un entusiasta y un muy buen administrador, con proyección social. Cualidades estas que, según su sobrino, fueron resultado de la influencia de su madre (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 115).
Líder de la idea y con el apoyo de la SCB, Fergusson ideó la creación de un programa pensando en “el médico que Colombia necesita” (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 116). Esta era una discusión que estaba de moda en el país, pues buena parte de los médicos que se estaban formando en el nuevo modelo Flexneriano, con el liderazgo de la Asociación
Colombiana de Facultades de Medicina (ACOFAME), se estaban ausentado del país para trabajar en Estados Unidos, fenómeno que se llamó “fuga de cerebros”. Por esto, Fergusson pensaba en un nuevo médico que respondiera a las necesidades de los pacientes bajo el contexto de las condiciones socioeconómicas del país; un médico que, sin ignorar los descubrimientos médicos que se venían haciendo en el extranjero, fuera capaz de diagnosticar y tratar a sus pacientes en cualquier sitio de Colombia. En el contexto de dicha discusión, Guillermo Fergusson y Juan di Domenico, cirujano del Hospital de San José y miembro de la SCB, fueron elaborando las ideas preliminares con relación a esta nueva facultad de medicina que integraría el modelo flexneriano con el europeo para formar un médico para el país (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 116).
Así, la creación de la facultad fue fundamentada, principalmente, bajo este argumento. Esta propuesta comenzó a invadir el ambiente del Hospital. Sin embargo, la legislación de ese momento no permitía la existencia de una facultad que no estuviera regida por una institución universitaria. Esto obligó a la SCB a iniciar una serie de acercamientos con las diferentes universidades de la ciudad para buscar un respaldo a su proyecto (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 117). Después de muchos intentos, los contactos de Alfonso Tribín Piedrahita, médico del Hospital y oftalmólogo personal de Monseñor José Vicente Castro Silva, rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, abrieron la puerta para las negociaciones entre estas dos instituciones que terminaron en la firma de un convenio de cooperación mutua para fundar esta nueva Facultad de Medicina del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, el 15 de junio de 1965 (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 125).
La idea de la nueva Facultad se consolidó con este convenio, que unía intereses de ambas instituciones. Para el Colegio Mayor, el hecho se constituía en un logro muy importante para la rectoría, pues significaba reabrir su Facultad de Medicina, después de un siglo de ausencia, la cual había sido creada por José Celestino Mutis en 1801 y cerrada definitivamente en 1865, por Mariano Ospina Rodríguez, como consecuencia de la guerra civil de 1863-1865. Para la SCB, la creación de esta Facultad prácticamente significaba la supervivencia de su Hospital y la creación de un modelo nuevo de educación médica que centraba su atención en las necesidades nacionales.
Para el momento, ya la comisión encargada del diseño de la Facultad, constituida por Guillermo Fergusson, Juan di Domenico y Guillermo Rueda Montaña, había venido construyendo las bases para la elaboración del plan de estudios de la nueva Facultad. Como ya se mencionó atrás, Fergussón conocía bien el modelo Flexnerino norteamericano. Por su parte, Di Domenico se había formado como médico en el modelo europeo en Nápoles y como cirujano en el modelo Flexneriano en la Escuela de Medicina de Chicago y en la Clínica Mayo y, por lo tanto, conocía bien los dos modelos de educación médica (Quevedo V. & Pérez G., 2003, pp. 119-120). Así mismo, Rueda Montaña, conocía bien el modelo norteamericano, pues se había formado como cirujano en los Estado Unidos. Combinando estos dos modelos se trataría de poner en contacto al estudiante con el paciente en el hospital desde el comienzo de su carrera, como era común en Europa, y articular la enseñanza de las ciencias básicas con las exigencias de dicha experiencia práctica como lo proponía el Plan Flexner. Para ser coherentes con esta propuesta, se planteó que “la Facultad no debería tener un edificio aparte del Hospital, sino que debería funcionar en su seno, de modo que el estudiante estuviera en contacto permanente con la realidad de la enfermedad y de la práctica médica” (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 120). Así mismo, se debía enseñar al estudiante la realidad nacional desde el comienzo, por medio de prácticas extramurales y de campo. Una vez obtenida la claridad sobre el nuevo sistema curricular, las bases del convenio se pudieron poner en marcha.
Entre las muchas innovaciones que Fergusson y Di Domenico implementaron en la nueva Facultad se incluía: una duración del plan de estudios de diez semestres y un año de internado; un plan de tutorías que necesitaba un contacto más personalizado y estrecho entre profesores y estudiantes, pues Fergusson creía fielmente y promulgaba que: “[…] los estudiantes esperan siempre que su educador se les presente como ‘su mejor yo’, no solo en la disciplina de su cátedra sino en todas las dimensiones morales y humanas […]” (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 143). También se implementó un programa de humanidades que incluía la historia de la medicina y la ética, y las cátedras de filosofía del conocimiento y del método científico, las de historia universal, historia del arte y ciencias sociales vinculadas a la medicina, como antropología y sociología (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 141). Complementariamente, también se logró la vinculación de la Escuela de Enfermería de la Cruz Roja al Colegio Mayor.
Lo anterior, refleja la perspectiva humanística sobre la educación desde la cual Fergusson pensó la nueva Facultad. Según él,
“[...] la educación es un proceso continuo, con períodos de intensidad variable, que debería durar mientras el individuo vive. Se llevaba a cabo desarrollando sus aptitudes intelectuales y sus facultades morales. Su finalidad es dual; mejorar al individuo y perfeccionar a la sociedad de la cual éste forma parte” (Fergusson M., s/f, p. 3).
Esta mirada de Fergusson iba más allá de las concepciones positivistas, funcionalistas y conductistas que proponían ASCOFAME y la OPS. Estaba convencido de que la educación médica debía superar la enseñanza puramente tecnológica, propendiendo por la formación integral del médico. Así, planteaba que,
“[…] para lograr los fines propuestos el educador debe no sólo informar al estudiante de sus experiencias directas o indirectas sino formularle problemas, crearle actitudes hacia la vida, enseñarle a razonar, sociabilizarlo, señalarle metas concretas y desarrollar sus habilidades latentes [...] No basta predicar con el ejemplo y es necesario tratar en forma racional y explícita con los estudiantes problemas de moral profesional, problemas sociales colombianos y, en fin, problemas `humanísticos´. Es decir, aquellos aspectos fundamentales que trascienden la actividad técnica mediante la cual el profesional se ganará la vida. Todos estos deben ser tratados por el conjunto y por cada uno de los miembros del cuerpo docente. Su tratamiento no puede restringirse a los cursos de ética o a los de ciencias sociales. Tratados únicamente en estas clases, hacen pensar al estudiante que estas son ideas poco importantes y que están desprovistas de aplicación” (Fergusson M., s/f, pp. 3-4).
Así mismo, Fergusson se oponía a varias de las recomendaciones del modelo Flexneriano. Creía que la universidad debía tener un propósito educativo e investigativo por su naturaleza, pero que no todos los profesores debían ser investigadores. Tampoco estaba de acuerdo con la sustitución de todas las clases magistrales por seminarios y trabajos de laboratorio, ni con la contratación a tiempo completo de todos los profesores. Fergusson buscaba aterrizar el modelo Flexneriano al contexto colombiano. Comprendía que no existía el modelo educativo ideal. Por lo tanto, debían utilizarse elementos de varios modelos para acoplarse a las condiciones nacionales (Fergusson M., s/f, pp. 9-10). De esta manera, Fergusson puso en marcha una combinación entre la investigación y la enseñanza tradicional en la Facultad.
Ya firmado el convenio y con el currículo de estudios establecido para la Facultad, la rectoría designó a Guillermo Fergusson Manrique como su primer decano. Pero, como el librepensador que era, Fergusson rechazó la oferta, pues no quería aceptar la decanatura en una institución que él consideraba de carácter religioso. Castro Silva, empeñado en que Fergusson fuera el decano, y con esperanzas de cambiar su opinión, le explicó el origen de las Constituciones del Rosario, sus bases en el Colegio del Arzobispo Fonseca de Salamanca y cómo este, a su vez, fue inspirado en el modelo de la Universidad de Bolonia. Así, le demostraba que el Colegio no tenía influencia de ninguna orden religiosa y garantizaba su autonomía. También, lo llevó al Aula Máxima y allí le contó la historia del Colegio y le mostró los retratos que estaban colgados, de cada uno de los librepensadores y liberales radicales que no solo se habían formado en el Colegio, sino que también, fueron parte de las directivas en distintos momentos de esa historia. Con esto en mente, Fergusson aceptó la decanatura haciendo énfasis en que “[…] él no iba a hacer cátedra de ideología sino de medicina… Y eso es lo que le interesaba a monseñor Castro Silva […]” (Quevedo V. & Pérez G., 2003, pp. 130-131). Algunos de los actores del proceso comentaban que después de salir de la rectoría, tras aceptar el nombramiento como decano, Fergusson dijo con humor y con su voz socarrona: “No sabe Monseñor Castro Silva el alacrán que se metió en la sotana” (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 131).
Una vez escrito el documento que daba cuenta de la estructura y la función de la Facultad, así como del plan de estudios, y firmado el acuerdo entre la SCB y el Colegio del Rosario, el paquete de documentos fue enviado a la Asociación Colombiana de Universidades (ASCUN) para su estudio y aprobación. Según las normas vigentes para ese momento, las licencias para nuevas facultades se tenían que presentar ante esta institución (Quevedo V. & Pérez G., 2003, pp. 145-155).
Después de varios meses de estudios y análisis de la propuesta enviada por el Rosario, ASCOFAME emitió una respuesta muy amplia, fechada el 9 de noviembre 1965, con un concepto negativo sobre la Facultad, el cual fue remitido a ASCUN (Mejía Calad et al., 1965). El Comité concluía que no se debía recomendar la Licencia de Funcionamiento de esta Facultad de Medicina, sobre la base del proyecto sometido a estudio (Asociación Colombiana de Facultades de Medicina, 1965, pp. 8-9)[4] Esta respuesta era de esperarse puesto que la orientación filosófica y el plan de estudios de esta nueva Facultad iban en contravía de las ideas Flexnerianas que se estaban consolidando en el país, desde la visita de la Misión Médica Unitaria norteamericana, en 1948, y la cual ASCOFAME estaba encargada de afianzar, desde su fundación, en 1959.
Como consecuencia de los informes de ASCOFAME, el Plan de Estudios contenido en el Informe Preliminar, del 15 de octubre del mismo año, fue modificado por la Comisión encargada de la creación de la Facultad y remitido a ASCUN, el 23 de noviembre. Entre tanto a los pocos días, el 6 de diciembre de 1965, Fergusson anunció ante el Consejo de la Facultad, que el Primer Semestre comenzaría el 1° de marzo de 1966, con o sin autorización de ASCOFAME, basándose en que ya se habían recibido más de 500 solicitudes de ingreso (Becerra Lara, 1996, p. 97). No obstante, el Consejo de la Facultad de Medicina del Rosario fue citado a ASCUN para discutir el asunto. Asistieron a dicha reunión Fergusson, Morales, Cubides y Tribín. Allí les entregaron copia de los informes y recomendaciones para que en media hora formularan los reparos del caso, pero muchos de los puntos desfavorables ya estaban superados (Tribín Piedrahita, 1996, pp. 91-92). Después de haber oído todos los planteamientos hechos por el Rosario, los miembros de ASCOFAME reiteraron su rechazo al proyecto. Ante esta situación, algunos de los miembros de ASCUN consideraron que el informe de ASCOFAME no era mandatorio y que podría ser aceptado o no. Como consecuencia, se presentó una división entre ellos, pero la Comisión del Rosario planteó que, si la Facultad no fuese aprobada, el Rosario se retiraría de ASCUN. Consultado Castro Silva, como rector, confirmó que así sería. Finalmente, para superar la crisis, se terminó planteando que se aprobara una licencia provisional y que, después de cierto tiempo, se evaluarían los resultados. En consecuencia, ASCUN aprobó la licencia de funcionamiento por un año, mediante su Acuerdo No. 73, del 13 de diciembre de 1965. Fergusson y Castro Silva se habían salido con la suya.
Fergusson como Profesor y Maestro
Una vez iniciadas las labores académicas de la Facultad, Fergusson regentaba la cátedra de biología en primer semestre. Muchos de los alumnos de esos años recordamos la frase que utilizaba para inaugurar su cátedra: “Muchachos, la biología es una ciencia social.” En efecto, Fergusson enseñaba una biología de orientación materialista y evolucionista, Darwiniana. Esto debió ser herencia de su tío Julio, de quien Jorge Bejarano Martínez decía que, siendo profesor de Patología General, “el maestro dejaba a un lado la medicina, para irse de brazo con la filosofía que en él era materialista […] sus fronteras no llegaron solamente hasta el conocimiento exacto del dolor y de la muerte. Fueron hasta la biología y la antropología” (Bejarano Martínez, 1942, p. 3). En efecto, en la clase de Fergusson se estudiaba, entre otros, el libro del ruso Oparín, que ofrecía una visión materialista del origen de la vida. Pero la biología que Fergusson enseñaba no se reducía a la célula ni a las moléculas. Siempre iba ampliando las explicaciones al ser humano, a la comunidad y a la sociedad. Allí se discutía el porqué de las desigualdades sociales, la necesidad del control natal para garantizar el desarrollo de los pueblos, la evolución de las sociedades, el pensamiento humano, etc. Era un curso de biología humanista.
Por otra parte, Fergusson participaba en las actividades extramurales que la Facultad estaba comenzando a poner en marcha. Cuenta su viuda, María Mercedes Jaramillo de Fergusson, que además de los contactos que efectivamente se estaban llevando a cabo con la Secretaría de Salud del Departamento de Caldas para que los estudiantes de la Facultad pudiesen utilizar el Hospital de la Dorada como campo de práctica en un ámbito más rural, Fergusson comenzó a organizar, en inmediaciones de la finca de su suegro, en la Dorada, cerca del Río La Miel, una especie de campamento de vacaciones y prácticas extramurales, para que los estudiantes pudiesen allí entrar en contacto con las realidades de la salud y la enfermedad en un área rural y tropical (Jaramillo de Fergusson, 2003) . Era claro que, a diferencia de lo que estaban haciendo las otras facultades del país, Fergusson pensaba introducir a los estudiantes de medicina tempranamente en el ámbito de las enseñanzas prácticas médicas extramurales y no al final de la carrera (internado y medicatura rural) como lo hacían las otras. En esto sólo era pionera la Universidad de Antioquia.
Fergusson y su Apoyo a la Participación Estudiantil
A finales de 1967, ya con cuatro promociones estudiando en la Facultad, Fergusson propuso que, para suplir la falta de médicos internos en el Hospital causada por el retiro de la Javeriana, se vinculara a ciertos cargos de responsabilidad a los estudiantes más destacados y mejor calificados en las materias básicas. De esta manera, el Hospital y la Facultad, les ofrecerían a los estudiantes unos cupos para trabajar en ciertas labores de auxilio paramédico en el Hospital en los horarios nocturnos. Es muy posible que esta decisión hubiese estado fundamentada en la propia experiencia de Fergusson cuando era estudiante, y vivía en la Casa de Turno de los Internos del Hospital San Juan de Dios, y que esa experiencia le hubiese dado a él una dimensión diferente para entender lo importante de la práctica hospitalaria desde los comienzos de la carrera.
Este experimento fue muy interesante pues los escogidos mostraron gran interés por el trabajo y estimularon a otros a vincularse más a las actividades clínicas. El hecho de vivir en el Hospital y trabajar allí, día y noche, les dio a estos estudiantes la posibilidad de vincularse mucho más a todas las labores asistenciales del Hospital, más allá de aquellas a las que se habían comprometido, y de compenetrarse con la vida médica. La buena evaluación de la experiencia hizo que Fergusson ampliara el número de cargos y que más estudiantes fueran vinculados al grupo de estudiantes internos del San José.
También en ese año de 1967, Fergusson invitó a los estudiantes de la Facultad a conformar un Consejo Estudiantil, que asesorara a la Decanatura en el manejo de los asuntos estudiantiles, tanto académicos como culturales y de bienestar universitario, acto insólito en el Colegio del Rosario en donde nunca había habido un Consejo Estudiantil. “Inicialmente el Consejo contó con una organización de tipo horizontal, conformándose posteriormente una junta directiva la cual elige al Doctor Santiago Currea como su primer presidente” (Consejo Estudiantil, 1983, p. 1).
Las relaciones de Fergusson con los estudiantes eran muy cordiales, existía cierta camaradería y comunicación que hacía que ellos lo llamaran “papá Fergusson”. Esta podría ser posiblemente otra herencia intelectual de su tío abuelo, Julio Manrique quien, al decir de Jorge Bejarano, cuando era profesor en la Facultad Nacional de Medicina: “inició en Santa Inés una era nueva de penetración del maestro hacia sus discípulos, una camaradería que no se buscaba con el fin de cosechar futuros gajes, sino que era el resultado de una bizarra mezcla de su ciencia y de su corazón que, en maravillosa conjunción, hacían la conquista del discípulo […] comunicaba su amor a la medicina, su fe en los destinos de nuestra ciencia que constituye en estos momentos, la piedra angular de la civilización moderna y del bienestar de los pueblos” (Bejarano Martínez, 1942, p. 2).
Cambio de timonel en el Rosario: crisis de la Facultad y despedida de Fergusson
A finales de 1968 murió el rector, Monseñor José Vicente Castro Silva y, como nuevo rector, fue elegido el abogado rosarista, Antonio Rocha Alvira. A partir de ese momento, nuevos vientos académicos y políticos comenzaron a soplar en el Colegio del Rosario. En ese contexto, a comienzos de 1969, se desató un proceso de crisis en la Facultad de Medicina como consecuencia de la presentación de una obra de teatro, titulada Humanae Vitae, por parte del grupo de teatro de los estudiantes de la Facultad. Esta crisis terminó con el retiro de Guillermo Fergusson de la Decanatura y con una serie de cambios en la filosofía y en las directrices de la Facultad. Dicha obra criticaba a la encíclica papal de Pablo VI, en la cual se condenaban las prácticas de control natal, hecho que causó revuelo entre las autoridades eclesiásticas y en un grupo de intelectuales católicos y conservadores de la ciudad, incluyendo a algunos médicos, que, desde unas posturas religiosas, intransigentes y retrogradas, le exigieron al rector Rocha la imposición de sanciones severas a los autores y actores de la obra. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes y docentes de la Facultad no consideraron conflictiva la obra puesto que su temática estaba enmarcada en las concepciones y políticas que, al respecto, ASCOFAME y el Consejo Internacional de Población estaban difundiendo en las diferentes facultades de medicina del país y del mundo, incluyendo la del Rosario. Al respecto, a los estudiantes acostumbrados a la cotidianidad de la discusión de la planificación familiar en la Facultad y en el Hospital, no les parecía tan grave la cosa. No obstante, la prensa católica arremetió contra la institución, el decano, los profesores y los estudiantes, exigiéndole al rector la expulsión de los autores y la renuncia del decano (Quevedo V. & Pérez G., 2003, pp. 207-201) y, posteriormente, contra el propio rector.
El conflicto se fue escalando, pero la situación se puso cada vez más tensa porque el rector tomó la decisión de expulsar a los dos estudiantes escritores y actores de la obra y, como consecuencia, el sábado 12 de abril de 1969, el decano tomó la decisión de renunciar ante la intransigencia del rector. Esto desencadenó una huelga estudiantil en defensa del decano y durante la cual se hicieron propuestas de arreglo, todas fallidas. Al final, el decano les manifestó a los estudiantes de Medicina que él definitivamente no quería quedarse en una universidad donde la libre cátedra y el libre pensamiento no eran bienvenidos. Finalmente, la rectoría nombró como nuevo decano al ginecobstetra Arturo Aparicio Jaramillo, cerrando así la crisis.[5]
Pero vale la pena resaltar los aspectos más interesantes de este proceso que fueron los argumentos de Guillermo Fergusson, en su carta de renuncia como decano y como profesor de la Facultad de Medicina (Fergusson M., 1969a), publicada en el diario El Espectador, el sábado 12 de abril, y de la cual envió copias a los profesores y a los alumnos de la Facultad la cual tituló. Dice así la carta de Fergusson,
“[…] esta carta tiene por objeto comunicar a todo el Claustro mi determinación personal, en la que nadie ha influido y que tampoco me ha sido solicitada, de presentar renuncia a los cargos de decano y profesor de la Facultad de Medicina del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
“Creo que con esta actitud le evito problemas graves a la institución que todos formamos y que tanto quiero, la cual tiene que seguir y progresar al ritmo presente, para bien de todos ustedes y del país. Como se lo he manifestado al Rector en mi carta de renuncia, existe un conflicto entre mis ideas personales, forzosamente impresas en mi actitud docente, y las del grupo de fanáticos y gacetilleros de cierta prensa, suficientemente poderosa para causarle daño a la Facultad y al Hospital.
“El incidente de la representación teatral sobre la “Humanae Vitae” no tenía en sí mucha trascendencia: la ha adquirido sólo por el escándalo que con fines oscuros se ha hecho en torno a la misma. Ello me obliga a hacer las consideraciones siguientes
y a fijar claramente mi posición. Me voy a retirar sin sentirme culpable. Acepto la responsabilidad de las posibles faltas cometidas, solo en la forma, por los alumnos de la Facultad, señores Currea y Mejía, pero me solidarizo con ellos en lo esencial y por eso me he opuesto a cualquier tipo de sanción diferente de la que entrañan los reparos y críticas que ya les hicimos. Sólo me sentiría culpable si estos alumnos fueran castigados. Porque sus actitudes e ideas, dejando aparte los aspectos que critiqué, los errores de presentación del problema, su relativa vulgaridad, la inexistente obscenidad que los críticos sectarios vieron en la pieza, etc., son producto de una cátedra, y de una cátedra honesta, patriótica y en la que se busca educar hombres para el momento y problemas del país.
“Digo que la ‘parodia’, inclusive con su ‘ordinariez’ e ‘irreverencia’ (cuestiones relativas si las hay) es parte de una cátedra, de mi cátedra, concretamente. Porque yo siempre he considerado que la actividad docente no puede limitarse a la mera exposición de cuestiones técnicas, o científicas, deshumanizadas, las cuales sólo adquieren vigencia cuando van impregnadas por el calor vital que les dan las ideas totales y las experiencias de los profesores. Es imposible, por ejemplo, limitarse a enseñar demografía estudiando datos censales; la consideración aislada de estos es un hecho de poca significación. Se enseña demografía y enfermedad hablando de superpoblación, de actitudes culturales, de influjos sociales variados y así inevitablemente, se tocan cuestiones religiosas, como se tocan todos los aspectos de la cultura. Algunas, como la supuesta monogamia de los católicos, se alaban; otras, como la Encíclica, se critican y combaten. Por eso, la cátedra verdadera no se limita únicamente a la exposición magistral, a lo que alguien calificaría de exhibición de ‘músculo intelectual’, de complicada y elegante gimnasia gramatical, sino que se proyecta o debe proyectarse a todos los momentos de la vida universitaria, a todas sus horas, a la vida entera del profesor y sus estudiantes.
“Yo asistí a esa pieza como profesor; como profesor la critiqué y es así como ahora la defiendo, pese a sus fallas, por lo que significa como demostración de libertad intelectual y de inquietud estudiantil por un problema cada día más hondo e inquietante como es el de la superpoblación, y su connotación como actitud racional, así sea vulgar y obscena, si se quiere, frente al oscurantismo, el irracionalismo y la superstición. El fomentar estas actitudes es la única esperanza de redención para un país atado a formas y usos prehistóricos y absurdos. Actuar en forma diferente sería mentirme a mí mismo y renegar de lo que creo y siempre he profesado.
“Algo que presta características risibles al asunto y tiñe a todos su personajes y circunstancias con un alegre color tropical y colombiano es que esta ‘cacería de brujas’ ocurra en vísperas del acceso del hombre a la luna, cuando los obispos contraen matrimonio y discuten en otros países razonablemente las ideas papales, cuando tratan de adaptar la vieja Iglesia a las nuevas formas de vida de la humanidad. Tal vez sea presuntuoso e innecesario rogar a ustedes encarecidamente que continúen trabajando por la Facultad y traten de responder cabalmente a las esperanzas que en ella tienen tantas personas en nuestro país. Finalmente, quiero agradecer a todos y cada uno de ustedes las atenciones y ayuda constantemente recibidas. Atentamente, Guillermo Fergusson” (Fergusson M., 1969b)
Después de su renuncia, Fergusson, coherente de principio a fin, comenzó un largo y arduo trasegar por la vida, defendiendo siempre la lucha contra la desigualdad y por la construcción de una salud pública y una medicina más humana y cercana a la realidad nacional. Pero la rabia y la decepción trastornaron su corazón y murió a los 50 años, sin ver los frutos lejanos de lo que había venido construyendo progresivamente. Hoy, en su honor, el área trasversal de Socio-Humanismo de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud del Rosario ha recogido e integrado todos aquellos aspectos de su pensamiento que aún son vigentes.
Como un retrato de su vida que queremos recoger, Manuel Espinel, médico y miembro del Grupo Fergusson, el cual fue fundado después de su muerte, recogió un epitafio para la tumba de Fergusson, que ya lo había propuesto el propio Miguel de Cervantes para él:
“Yace aquí el hidalgo fuerte,
Que a tanto extremo llegó,
De valiente, que se advierte
Que la muerte no triunfó
De la vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
Fue espantajo y el coco
Del mundo en tal coyuntura,
Que acreditó su ventura,
Morir cuerdo y vivir loco” (Espinel V., 1988, p. III).
FIN
BIBLIOGRAFIA
Asociación Colombiana de Facultades de Medicina. (1965). Informe de la División de Educación, Planeación y Desarrollo sobre Facultad de Medicina en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. In (Vol. Tomo 416). Bogotá: Ascofame.
Becerra Lara, Antonio. (1996). Historia de la Reapertura. Discurso para la conmemoración de los veinticinco años de la fundación de la Facultad de Medicina del Colegio Mayor de Nuestra Sñora del Rosario, 22 de junio de 1990 In Eric Hernández Triana, Alfonso Tribín Ferro, & Leonardo Palacios Sánchez (Eds.), Facultad de Medicina del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Treinta años del restablecimiento (pp. 94-100). Bogotá: Inédito.
Bejarano Martínez, Jorge. (1942). Discurso pronunciado en los funerales del profesor Julio Manrique. Revista de la Facultad de Medicina, 11(1), 2.
Consejo Estudiantil. (1983). Historia. Retrieved from Disponible en: http://www.urosario.edu.co/fase1/medicina/documentos/facultades/medicin…. Consultada en diciembre de 2007
Espinel V., Manuel. (1988). Prefacio. In Grupo Fergussson (Ed.), Escritos Guillermo Fergusson "A LA MEMORIA DE UN QUIJOTE" (pp. I-III). Bogotá: Grupo Guillermo Fergussson; Universidad Nacional de Colombia.
Fergusson M., Guillermo (1969a, Sábado, 12 de abril). [Carta abierta de renuncia].
Fergusson M., Guillermo. (1969b, Lunes, 14 de abril). Carta de renuncia como Decano y profesor de la Facultad de Medicina del Rosario, dirigida al Rector Antonio Rocha Alvira, abril 12 de 1969. El Espectador, pp. 4-A.
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Jaramillo de Fergusson, María Mercedes (2003, Agosto 18). [Conversación sobre la Historia de la Facultad de Medicina del Colegio Mayor del Rosario. Agosto 12].
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Quevedo V., Emilio, & Pérez G., Juliana. (2009). De la restauración de los estudios de medicina en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, 1965-1969. Bogotá: Universidad del Rosario.
Tribín Piedrahita, Alfonso. (1996). Reapertura y reiniciación de la Facultad de Medicina. Entrevista con el doctor Alfonso Tribín Piedrahita. In Eric Hernández Triana, Alfonso Tribín Ferro, & Leonardo Palacios Sánchez (Eds.), Facultad de Medicina del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Treinta años del restablecimiento (pp. 85-93). Bogotá: Mimeografiado.
[1] Esta semblanza fue escrita por solicitud del decano, Juan Mauricio Pardo, bajo la consigna de hablar sobre Fergusson durante el tiempo que estuvo relacionado con la Universidad del Rosario. Como ya el autor principal de esta semblanza había escrito previamente un tomo titulado De la Restauración de los estudios de Medicina en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario 1965-1969 (Quevedo V. & Pérez G., 2003, p. 113), el autor principal de esta semblanza tomó la decisión de construirla a partir de los fragmentos de ese libro que corresponden a la vida de Fergusson. Por eso, aquí no ponemos entre comillas las frases tomadas literalmente de ese libro, sino que citamos las páginas de donde fueron tomadas. No se trata de un autoplagio sino una decisión consciente y práctica. En la elaboración de esta semblanza, la estudiante de medicina Laura María Valbuena Lozano, que a la sazón está haciendo una pasantía en nuestro grupo de investigación, participó ampliamente en el proceso de recopilación de los textos que extrajimos del libro en mención, ayudó en la organización general del texto y en la lectura y análisis de todos los documentos utilizados, con gran entusiasmo y presteza. Por esta razón, le he pedido que aparezca como coautora de la reseña.
[2] Médico pediatra, PhD en Estudios Sociales de la Ciencias. Profesor Emérito de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario.
[3] Estudiante de 9o semestre de Medicina en el Módulo Selectivo de Profundización en investigación, vinculada al Grupo de Estudios Sociales de las Ciencias, las Tecnologías y las Profesiones.
[4]Sería muy largo detallar aquí cada uno de los informes de las Comisiones, pero los interesados pueden consultarlos en el Tomo 416 de la Serie Consejo Directivo que se encuentra en la Biblioteca de Ascofame (Asociación Colombiana de Facultades de Medicina, 1965e). Un resumen de este proceso se encuentra en el libro De La Restauración de los Estudios de Medicina en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario 1965-1969 (Quevedo y Pérez, 2009: 145-155).
[5] Por lo complejo y la extensión del tema de la planificación familiar y los conflictos que esta política desató en el país y en otras partes del mundo; y del movimiento estudiantil internacional, en el cual se enmarcó la huelga del Rosario, no vamos a discutir acá estos aspectos y porque no tenemos el espacio editorial suficiente. El lector interesado en el tema puede consultar nuestro libro (Quevedo V. & Pérez G., 2009, pp. 207-320).